martes, 17 de enero de 2012

Ali: The greatest


Pega duro la vida. Inmisericord
e, desgasta al contrincante hasta reducirlo, en el más doloroso de los casos, a la añoranza de un ayer de gloria con que poder olvidar un presente ahogado. Con sus recuerdos, cuidado y querido, ha recibido hoy Muhammad Ali su 70 cumpleaños. El mismo boxeador que desesperó a tantos rivales por esquivar sus ataques, no pudo repeler el zarpazo que le lanzó el Parkinson.

La enfermedad, como la vejez, humaniza el retrato vital de quien la soporta. Tachado de payaso por sus desconcertantes maniobras autopublicitarias en su juventud, enjuiciado con rabia en el pasado, a Ali se le trata hoy de una forma muy distinta: a través de los ojos de la tristeza. Porque si fueron muchos quienes le amaron, fueron más los que le repudiaron. Una personalidad demasiado incómoda para una sociedad acostumbrada a la costumbre, demasiado estrambótica para la llanura popular, demasiado estúpida para muchos. 'El fanfarrón de Louisville', decían de él. 

Él es aquel que renunció a llamarse Cassius Marcellus Clay por ser su 'nombre de esclavo'. El mismo que se empeñó en vencer siempre el combate que le enfrentaba a la indiferencia. Esa misma indiferencia que condenó a Sonny Liston, el púgil-juguete de la mafia convertido en campeón y que soñó con rehabilitarse gracias a un apoyo social jamás encontrado al bajarse del avión de estrella en Filadelfia. La indiferencia que también condujo a la pobreza en su última etapa al ahora recordado Joe Frazier. Muhammad Ali, con la publicidad de su lado, y con un talento y capacidad física fuera de lo común, logró llegar a la cima del boxeo.

Dicen de él que fue el púgil más grande. 'The greatest', le llamaban. Se coronó en febrero de 1964, al reducir a la nada al campeón de los pesos pesados en título, que no era otro que el propio Liston. La revancha duró menos que los 'dos peces de hielo' que verbaliza Sabina. Pero tan rápido como llegó arriba, se autodefenestró, con sus actos, en la América de los 60. 



Su adhesión religiosa y activa a la Nación del Islam y su negativa a enrolarse en las filas del ejército americano para luchar en Vietnam le hicieron caer en desgracia. Desposeído de su título mundial por ese motivo, quedó a las puertas de la cárcel. Tardó en llegar una amnistía que vino apoyada por el deseo estadounidense de acabar con la masacre asiática. Con otro cuerpo, más pesado, menos grácil, volvió al ring en 1971 en el Madison Square Garden de Nueva York. Allí donde le esperaba un crecido Joe Frazier. Dos invictos frente a frente. Aquel día besó la lona con una izquierda de Smokin' Joe que quedó grabada en la memoria fotográfica. 

La derrota dio pie, años después y mediado un segundo choque de menor nivel, a uno de los hitos del boxeo: el 'Thrilla in Manila', de 1975. La apoteosis que le volvió a situar en una cúspide nunca igualada. Entre tanto, otro hito con nombre de película: 'Ramble in the Jungle' de 1974: o la idolatría de la comunidad africana por Ali en su victoria ante George Foreman en Zaire. Campeón del Mundo por segunda vez.

Llegó un tercer campeonato, en 1978, tras una derrota en la enésima retención del título. Desde ahí, en una cuesta abajo lógica tras dos décadas de carrera, hasta su retirada definitiva en 1981. Y ese mismo año, un triste anuncio: padecía Parkinson, enfermedad degenerativa. Su castigado cuerpo acogió ese golpe con entereza, agarrado a la tabla del orgullo. Temblorosa su mano que no su fe, encendió en 1996 el pebetero que alumbró los Juegos Olímpicos de Atlanta en un gesto de vitalidad encomiable. Desde entonces lentamente, muy lentamente, recreando sus recuerdos en familia con viejas grabaciones, se consume su energía. Ya no pica la abeja ni vuela la mariposa, (rememorando aquel lema ideado por el propio Ali) pero su naturaleza de campeón le hace aguantar en las cuerdas: The greatest. Mis respetos.  

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